Que quede claro desde el principio: no tengo nada en contra de la pornografía. Es más, estoy a favor; creo que el porno cumple una beneficiosa función social: aliviar tensiones. De hecho, no existe la menor relación entre el consumo de pornografía y un aumento de los delitos sexuales, sino más bien al contrario.
Luego está lo de la cosificación de la mujer, que es cierto: en las películas porno la mujer suele aparecer única y exclusivamente como objeto sexual. Pero lo mismo ocurre con los hombres; o aún peor, porque en el porno heterosexual (el mayoritario) los hombres cumplen una función exclusivamente mecánica y siempre focalizada en la mujer. Es lógico, porque los mayores consumidores de porno somos lo hombres, así que lo que nos interesa es la mujer, no ese tipo que está con ella y que encima tiene una tranca de lo más acomplejante. Por eso las actrices porno, en general, están mucho mejor pagadas que los actores.
En cuanto a los actos degradantes que muestran las películas porno, pues en fin, es cuestión de opiniones. Reconozco que hay modalidades de porno que harían vomitar a una cabra (al menos, mi cabra vomita cuando las ve), pero ¿quién soy yo, o mi cabra, para juzgar lo que dos –o más- adultos decidan hacer con mutuo consentimiento? Que lo hagan por dinero no importa, porque son libres de hacerlo o no. Ah, ¿que la necesidad les obliga a hacer cosas que no harían en otras circunstancias? Pues supongo que en muchos casos sí. Pero lo mismo sucede con tantísima gente que se ve obligada a hacer trabajos infectos por un sueldo de mierda. ¿O es que no es deplorable trabajar ocho horas al día en una cadena de montaje? Eso sí que es cosificación, y no un par de sesiones de sexo grabado.
Pero es que practicar sexo por dinero es lo más indigno que pueda concebirse, dirá alguien. Y yo responderé: ay, que chunga es la moral judeocristiana. El sexo, el gran tabú. Nos han metido en el coco que el sexo es algo sucio, indigno, animal y repugnante, y que sólo puede practicarse cuando está bendecido por el más puro de los amores y, a ser posible, con el objetivo de la procreación. En cuanto a follar por diversión... bueno, si lo hace un hombre se comprende (ya sabemos cómo son los hombres), y si lo hace una mujer es que es una puta. ¡Chorradas! Y, además chorradas patriarcales.
La pornografía no es más que la representación simulada de fantasías. Pero, atención, las fantasías sexuales sólo tienen sentido en su propio contexto, el de la fantasía, y de ningún modo implican el deseo real de llevarlas a la práctica. Pondré un ejemplo: ¿Sabéis cuál es la fantasía sexual más recurrente en las mujeres? Que un hombre las fuerce, a veces muy violentamente, a realizar el acto. Es decir, que las violen. Eso suele confundir a muchos. ¿Las mujeres quieren que las violen? Por supuesto que no: las mujeres (no todas, claro) quieren fantasear con ser violadas, que es muy diferente. Porque en una fantasía de violación, la mujer tiene el control, pero en una violación real quien tiene el control es el hijo puta del violador.
Y con los hombres pasa lo mismo. Imaginad que un día vais, que sé yo, a un zapatería y, mientras os estáis probando unos mocasines, la dependienta, un tía buenísima, empieza a gemir y retorcerse al tiempo que se acaricia los pechos y te suplica que la tomes ahí mismo, sobre la moqueta. No sé lo que haríais vosotros, pero creo que yo, tras comprobar si hay cámaras ocultas, saldría pitando de allí, porque una tía que se comporta de esa forma no puede ser normal. Pues bien, lo que acabo de describir es una escena típica de cualquier película porno.
De hecho, sostengo que hay tres géneros fílmicos que en realidad muestran universos paralelos al nuestro: las películas de artes marciales, los musicales y la pornografía. Todas estas modalidades de cine están ambientadas en un mundo aparentemente normal, hasta que de repente, sin venir a cuento, se quiebran las leyes de la lógica y, en un caso, todo el mundo rompe a dar saltos y patadas, en otro rompen a cantar y en el tercero rompen a follar. Por cierto, Sasha Grey protagonizó un corto satírico sobre los tópicos del género (podéis verlo pinchando AQUÍ; tranquis, no hay imágenes porno).
En resumen: creo que lo peor del cine pornográfico es lo aburrido, torpe y poco imaginativo que suele ser. Pero en las últimas dos décadas se ha producido un cambio tecno-social que altera las cosas de forma preocupante.
La pornografía, de una forma u otra, ha existido siempre. Y cuando digo siempre, es siempre. En cuanto al cine porno, baste decir que los Lumière mostraron su invento en 1895, y la primera película erótica de la que se tiene constancia es de 1896, un año después. No hacía falta ser un lince para comprender que cine+sexo=negocio.
Así que siempre ha habido pornografía. La cuestión era el acceso a ella. Ciñéndonos al cine, las primeras películas pornográficas no eran para exhibición pública, sino para el consumo privado de ciertos personajes adinerados. Por ejemplo, durante los años 20 nuestro rey Alfonso XIII sufragó la producción, a través del conde de Romanones, de una serie de películas porno que, por supuesto, sólo eran para disfrute del rey.
Mucho después, aparecieron las primeras salas de cine X, de acceso muy controlado. En los 50, 60 y 70 se popularizó el cine doméstico (Ocho mm. y Súper 8), y por supuesto comenzaron a comercializarse películas porno en esos formatos. Pero verlas era un coñazo, porque había que desplegar una pantalla, montar la película en un proyector y apagar las luces (y luego desmontarlo y guardarlo todo). Más tarde llegaron el video y los DVD’s, lo que facilitaba mucho la adquisición de pornografía. Aun así, tenías que estar en una casa y disponer de una TV y un reproductor.
Pero ahora... ¿Sabéis cuántas webs pornográficas hay en Internet? No, porque según he comprobado nadie lo sabe. He encontrado un informe de Google donde se afirma que tiene indexadas más de 260 millones de webs pornográficas. Pero ese dato es de 2003... En fin, el caso es que hay mucho porno en la Red. Y de todo tipo; cualquier variedad que se os ocurra, por retorcida que sea, y muchas variedades que no se os ocurrirían jamás. Todo eso al alcance de un clic; y, con los smartphones, en cualquier lugar. Jamás el acceso a la pornografía ha sido tan sencillo, omnipresente y, además, gratuito.
Hace tiempo, cuando mi hijo mayor tenía doce años y el menor nueve, entré en su cuarto y les encontré partiéndose de risa delante del ordenador. Tras indagar un poco, descubrí que se estaban riendo de un fragmento de peli porno que un amigo les había enviado por correo. Eran apenas 20 segundos y las imágenes mostraban a un tío cagando sobre la cara de una chica...
Hoy en día, todos los niños, todos y desde edades sorprendentemente tempranas, se inician en la sexualidad a través de las páginas web pornográficas. Ésa es toda la educación erótica que reciben. No sé lo que pensáis vosotros, pero a mí eso me estremece. Educarse sexualmente con el porno es como estudiar física con las pelis de Star Wars. Sencillamente, nada que ver con la realidad.
Los niños no están suficientemente formados para comprender que lo que muestra el porno son fantasías y nada más que fantasías. Y tampoco comprenden que muchas de las cosas que muestran esas películas no tienen en realidad nada que ver con el sexo, sino con la técnica cinematográfica. Por ejemplo, las extrañas posturas que adoptan los actores porno no son ejemplos del Kamasutra, sino la forma de conseguir que la cámara pueda grabar con claridad los genitales en funcionamiento. O esa moda de la depilación brasileña, cuya única función en el porno es, de nuevo, eliminar el vello para que puedan verse bien los genitales. Nada de eso tiene que ver con el sexo real.
Además, el sexo que aparece en el porno no es un sexo funcional, no es buen sexo. En el mundo real, las mujeres no son perras calientes ni los hombres descerebrados sementales en permanente celo (al menos, no todos). El porno, en realidad, elimina el erotismo, lo destruye. El porno reduce el sexo a la genitalidad, y el sexo es mucho, muchísimo más que eso. Sexualmente hablando, el porno es muy tosco. Porque, no lo olvidemos, sólo son fantasías representadas.
Pero el auténtico problema no es la confusión que el porno puede provocar en la mente de los niños, sino que esos niños no van a recibir absolutamente ningún tipo de educación erótica. Nadie les va a hablar del sexo real, así que su única fuente de información será el porno en Internet. Ese es el problema.
A mi modo de ver, lo execrable no es la pornografía, porque la pornografía es consustancial a nosotros y siempre va a estar ahí. Lo verdaderamente execrable es una moral hipócrita que cree que no hablando de sexo, el sexo va a desaparecer. Lo execrable son todos esos padres y madres biempensantes, muy religiosos ellos, que ponen el grito en el cielo cuando alguien propone educar sexualmente a los niños, o cuando alguien simplemente menciona la sexualidad delante de ellos, dejando de ese modo a sus hijos a merced de la ignorancia y las páginas pornográficas. Eso es lo execrable y lo preocupante.