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Abracadabra

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            Me fascina el ilusionismo. Como a todo el mundo, supongo, pues ésa es la razón de ser de la prestidigitación: asombrar. Me gusta en particular la llamada “micromagia”, o “magia de proximidad”; es decir, la que se realiza a corta distancia del espectador, mediante cartas, monedas, bolas, etc. El tipo de magia que practica Juan Tamariz, para entendernos

            Mucha gente cree que el secreto de esta clase de ilusionismo reside en la agilidad manual del mago. A fin de cuentas, la palabra “prestidigitación” viene del latín prestus digitus, que significa “dedos rápidos”. Y es cierto, la habilidad manual del ilusionista es fundamental; pero no es la habilidad más importante.

            Hace poco, leí un libro de lo más interesante: Engañar a Houdini, de Alex Stone (Debate, 2014). En él, el autor narra el largo proceso que siguió para convertirse en ilusionista. Y os puedo asegurar algo: hace falta más tiempo, trabajo, dedicación y empeño para ser ilusionista que para ser neurocirujano. Pero bueno, a lo que íbamos: El autor, Stone, afirma que la principal herramienta del mago es su habilidad para dirigir la atención de los espectadores hacia donde él quiera. El ilusionista consigue que mires su mano derecha mientras que con la izquierda hace algo que no ves.

            De hecho, últimamente la neurobiología se ha dedicado a utilizar el ilusionismo para estudiar la percepción humana y las formas en que es engañada. En España se han publicado varios libros al respecto, como por ejemplo Los engaños de la mente, de S. L. Macknik y S. Martínez-Conde (Destino, 2012).

            Vale, ahora voy a hablar del molt honorable Jordi Pujol, uno de los próceres del nacionalismo catalán y fundador del partido Convergencia Democrática de Cataluña, que actualmente lidera, junto con Esquerra Republicana, el movimiento independentista. Reconozcámoslo; Pujol siempre ha sido un ilusionista de primera. ¿Recordáis su campechano “eso ahora no toca”? Un abracadabra magistral para desviar la atención. O su asombroso transformismo que le permitió pasar de ser un mero dirigente político a convertirse, junto con su partido, nada más y nada menos que en la encarnación de la mismísima Cataluña. Ni David Copperfield sería capaz de algo semejante.

            Pero su número maestro, su gran actuación, ha sido un fabuloso ejercicio de escamoteo. Pujol, solo en el escenario bajo la luz de los focos, alza lentamente la mano derecha y en ella aparece un rótulo resplandeciente que pone PATRIA. El público, asombrado, embelesado, centra la atención en la maravilla que muestra la mano derecha del prestidigitador, y el hábil Pujol aprovecha esa distracción para hacer desaparecer con la mano izquierda unos cuantos cientos de millones del erario público.

            Eso es la esencia del ilusionismo, no me digáis que no. La clave está en desviar la atención. Si os fijáis, los movimientos de los magos son exagerados, ampulosos, hipnóticos. Cuando extienden un brazo, lo hacen con un gesto amplio, cadencioso, acompañado de un suave floreo de la mano. Es imposible apartar la mirada de esos ademanes, son magnéticos.

            Del mismo modo, los prestidigitadores sociales usan palabras ampulosas para atrapar y distraer la atención del público. Son las famosas Palabras Grandes de las que ya he hablado aquí en más de una ocasión. Me refiero a palabras como PATRIA, DIOS, RAZA, HONOR, PUEBLO... palabras grandes en el sentido de que superan la dimensión del ser humano; de hecho, son más grandes que la vida misma. Y, al mismo tiempo, palabras difusas, imprecisas, cuyo significado puede adaptarse al gusto de cada cual. Como los ademanes de los magos, que no significan nada, pero, coño, cómo molan.

            El caso es que de esto ya hablé en una entrada de septiembre de 2012 llamada Carnaza, mucho antes de que el gran mago Pujolini confesara (parcialmente) su truquito. Joder, cómo me gusta tener razón...

            Pero ya sé que da igual. Las trampas de Pujol, de su familia y de su partido no van a empañar el fulgor del independentismo catalán. Puede que antes el ex molt honorable fuese la encarnación de las esencia patrias, pero ahora de golpe se ha convertido en un mero individuo del que hay que olvidarse. El hombre ha fallado, dirán, pero el ideal permanece.

            ¿Aunque ese ideal haya sido el señuelo de unos cuantos ilusionistas sociales aficionados al latrocinio? Pues vale... ¿Cómo podría yo hacer ver a cierta gente, por lo demás estupenda, que cuando alguien te viene con Palabras Grandes es porque quiere manipularte? En fin, ya sé que no voy a poder. ¿Y Samuel Johnson podría? Suya es esa frase que reza: “El patriotismo es el último refugio de los canallas”.

            Pero da igual; las personas son reacias a reconocer que han sido manipuladas o a aceptar que son manipulables. Como sabéis, trabajé durante muchos años como creativo publicitario; era un manipulador profesional, sé de qué va la cosa. Y a lo largo del tiempo me he encontrado con numerosas personas que afirmaban, con gran solemnidad, que a ellos la publicidad no les afectaba. Por supuesto, yo me reía para mis adentros, porque sabía, sé, que la publicidad afecta a todo el mundo; incluso a mí y a los profesionales del medio, que nos conocemos los trucos.

            De hecho, si algo demuestra el ilusionismo es que todos podemos ser engañados y manipulados. Y no hay que sentirse tonto por ello; está en la esencia de nuestra percepción, en nuestro programa básico. Los magos pueden engañar incluso a los más inteligentes. La diferencia está en que algunas personas, las que menos se dejan llevar por las emociones y son más propensas al escepticismo, quizá no sepan descubrir los trucos, pero saben con certeza que el mago les está engañando. Otros, los menos reflexivos, creen que, aunque el mago sea un tramposo, la magia es real.

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