Desde hace unos días, mi hermano mayor, José Carlos, está ingresado en un hospital, aquejado de una grave crisis respiratoria causada por la enfermedad de Parkinson. Hará cosa de un par de horas he hablado por teléfono con mi sobrina Leonor y me ha dicho que su padre está agonizando. Los médicos dijeron que no superaría la pasada noche, pero él sigue ahí. Aún en la debilidad es fuerte.
He tenido que cortar la llamada, porque no podía dejar de llorar. Llevo mucho rato derramando lágrimas. No lo había hecho hasta ahora; es como si hubiera abierto una espita y no pudiera cerrarla. Me siento confuso...
José Carlos está sedado; le suministran morfina para que no sufra, porque debe de ser horrible morir ahogándose.
No sé por qué escribo esto, no tiene sentido. Estoy en mi despacho, solo, y no puedo trabajar, no puedo concentrarme, aunque debería hacerlo, debería seguir con mi novela, para ser otras personas en otros lugares donde no sucede lo que está sucediendo... Pero no puedo. Y tampoco puedo no hacer nada, así que escribo este estúpido texto.
Fui al hospital el jueves pasado. Mi hermano había experimentado una leve mejoría y estaba consciente. Al verle, fue como un mazazo; estaba tan desvalido... parecía un bebé enorme. Estuve con él una hora o así, hasta que me pidió que me fuese, porque quería descansar. Al marcharme, hice algo que nunca hacía. Le cogí de la mano y le besé en la frente. No solía besarle; nos abrazábamos, nos dábamos un apretón, pero no nos besábamos, no sé por qué. Pero me inspiraba tanta ternura que no pude evitar besarle. Ignoraba que ese beso iba a ser una despedida definitiva. Pero me alegro de que haya sido así, trasmitiéndole mi cariño...
Apenas veo la pantalla del monitor, oculta tras una bruma de lágrimas. ¿”Bruma de lágrimas”? ¿Es que ni ahora puedo dejar de ser escritor, coño? ¿Es que no puedo dejar de pulsar el teclado ni siquiera en estas circunstancias? ¿Por qué tengo que transformarlo todo en letras, palabras y frases? Y si lo hago, ¿por qué pretendo que sean bonitas? Esto no tiene nada de bonito, no debería intentar convertirlo en literatura. Pero es lo que sé hacer; quizá sea ésta la forma en que digiero las cosas. Palabrería; puede que eso sea todo: puñetera palabrería, bla-bla-bla sin sentido.
Pero a veces, las palabras son alfileres que se clavan en la piel. Perros que te muerden. Sal en la herida. Joder, qué mierda...
Big Brother. Ese es el nick que utiliza José Carlos para merodear por Babel. Gran Hermano, como el personaje de 1984, de esa ciencia ficción suya que tanto ama. Su herencia en mí, él me transmitió la afición por ese género. Big Brother. Un nick adecuado; es mi hermano y es grande, tan alto como yo pero mucho más voluminoso.
Creo que hablar en presente de él me tranquiliza. No quiero hacerlo en pasado, no quiero. De repente, tengo la sensación de que mientras escriba esto, mi hermano vivirá. Quizá si no dejara de escribirlo nunca, hablando de él en presente, entonces no moriría...
Estoy divagando, perdonadme.
Sólo he encontrado en Internet una foto de mi hermano, la que tenéis ahí arriba. Es de hace muchos años, más de treinta, y se le va haciendo una de las cosas que más le gustaban.
Estoy mal; lo siento, ahora no soy un buen anfitrión. Colgaré este texto en el blog, porque quiero estar ocupado haciendo algo, porque no quiero pensar. Ni puedo. Disculpad el mal rollo.