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Supertipos

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            No estoy seguro de cuál fue el primer cómic de superhéroes de mi vida. Puede que Superman, pero el primero que recuerdo es el Capitán Marvel (no el de la Marvel, sino el creado por Bill Parker y C. C. Beck, también conocido como Shazam). Luego vinieron todos los de D.C. que publicaba la editorial mexicana Novaro: el citado Superman, Batman, Flash, Linterna Verde, Aquaman, El Detective Marciano, Flecha Verde, etc. Me encantaban los tebeos de superhéroes.

            Luego, a mediados de los 60, Fraga Iribarne prohibió los cómics de superhéroes (porque Superman le parecía demasiado similar a Cristo) y me quedé durante un tiempo sin supertipos. Hasta que en 1969, Editorial Vértice comenzó a publicar las historietas de la Marvel. Mi personaje favorito era Ironman, supongo que por ser el más cercano a la ciencia ficción; pero también leía Spiderman, Daredevil o el Capitán América. Poco después, mi interés por los superhéroes comenzó a decaer. Yo ya era un jovenzuelo con bigote y aquellas historietas se me antojaban demasiado ingenuas y esquemáticas. Seguí siendo aficionado a los cómics, pero a otra clase de cómics. Porque, reconozcámoslo, el cómic clásico de superhéroes acaba siendo muy aburrido.

            Durante muchos años me mantuve alejado del género, hasta que a finales de los 80 comencé a oír hablar de un cómic de superhéroes que, al parecer, era la bomba: Watchmen, de Alan Moore y Dave Gibbons. Lo compré y aluciné en colorines, porque aquello no se parecía a nada que hubiese leído antes. Mi interés por el género se reavivó y consumí seguidos varios títulos canónicos: Batman año uno, The Dark Knight Returns, Daredevil Born Again o Miracleman, todos ellos excelentes cómics. De hecho, aquello era una revolución en el género, y un  montón de creadores siguieron la corriente, escribiendo y dibujando tebeos donde los superhéroes dejaban atrás la inocencia y se convertían en seres oscuros, violentos y con frecuencia torturados. Por desgracia, no todos aquellos creadores tenían el talento de Moore o Miller, y la moda acabó convirtiéndose en un coñazo similar en monotonía al de los superhéroes luminosos de periodos anteriores.

            En realidad, Watchmen (título del que hablaré largo y tendido en otro momento) no era una obra germinal, sino terminal. Lo que hizo Moore fue trazar una frontera, más allá de la cual, siguiendo ese camino, no hay nada. Es decir, puedes afrontar los superhéroes de muchas maneras distintas, pero desde una perspectiva realista, Watchmen es la versión definitiva.

            ¿Qué hizo Moore? Se preguntó qué pasaría si en la vida real hubiera vigilantes enmascarados. O, mejor dicho, ¿por qué alguien se pondría una máscara y comenzaría a combatir el crimen por su cuenta y riesgo? Las respuestas son demoledoras: por ingenuidad patológica, por montaje comercial, por megalomanía, por psicopatía, por locura, por fascismo... Y es que, no nos engañemos, la figura del justiciero, un tipo que aplica la ley –su ley- de por libre, es en esencia antidemocrática. ¿Quieres un vigilante realista? Échale un vistazo a la película de Scorsese Taxi Driver.

            (NOTA: Si leéis este post hasta el final, os explicaré por qué Superman, y otros supermendas, llevan los calzoncillos por encima de las mallas)

            Bueno, a lo que iba: Desde la época de Watchmen no había vuelto a prestarle mucha atención a los superhéroes. Hasta que, de pronto, el cine comenzó a llenarse de ellos. ¿Cuántas películas de supertipos se han estrenado? ¿Y cuántas quedan por estrenarse? Me estremezco sólo de pensarlo. Hay superhéroes hasta en la supersopa. Y la mayor parte de esas películas me parecen iguales, se mezclan en mi cabeza formando un amasijo de puñetazos, rayos destructores, gente volando y acción sin demasiado sentido. Un supercoñazo. No obstante, entre tanto payaso disfrazado, hay algunas joyitas que merecen salvarse.

            Pero antes voy a citar una obra que seguro que a muchos merodeadores les encanta, pero que a mí no: la trilogía sobre Batman de Christopher Nolan. Me aburre sobremanera esa visión solemne, y supuestamente realista, de un chalado disfrazado de murciélago. Es cierto que la caracterización del Jocker realizada por Heath Ledger es estupenda, pero el resto me produce superbostezos. Me apresuro a aclarar que el Batman de Burton tampoco me gusta, y que el de Schumacher produce vergüenza ajena. Pero bueno, vamos a lo que sí me gusta.

            Superman(1978), de Richard Donner. La primera producción de superhéroes de gran presupuesto. La verdad es que no es gran cosa como película, pero tiene cierto encanto nostálgico. Y desde luego, Christopher Reeve ha sido el mejor Clark Kent/Kal El de la historia.

            El protegido (2000), de M. Night Shyamalan. Una mirada profunda, incluso poética, sobre la esencia del mito superheroico.

            Watchmen(2009), de Zack Snyder. Llevar el comic de Moore y Gibbons a la pantalla parecía una tarea imposible, pero Snyder lo consiguió con notables resultados. Muchos criticaron el film: ¡Es mejor el comic!, dijeron. Vale, ¿y qué? La película es una fiel ilustración de la historia original y se sostiene por sí misma.

            Spiderman II (2004), de Sam Raimi. Una demostración, a mi modo de ver, de que el mejor enfoque para las películas de superhéroes es la fábula. El segundo film de la trilogía de Raimi es en realidad un cuento de hadas trufado de humor amable. Y el antagonista, ese Dr. Octopus excelente interpretado por Alfred Molina, quizá sea el villano más complejo del género, con la posible excepción de Adrián Veidt/Ozymandias.

            X Men II (2003), de Bryan Singer. La crítica a la xenofobia dota de cierta profundidad a los X Men. Algunas secuencias del film, como la incursión de Rondador Nocturno en la Casa Blanca, son muy notables.

            X Men: Primera generación (2011), de Matthew Vaughn. Curiosamente, la mezcla de superhéroes, Guerra Fría y espías funciona muy bien.

            Los Vengadores (2012), de Joss Whedon. Sin ser para tirar cohetes, la película es espectacular y divertida. Los Vengadores II: La era de Ultrón, sin embargo, me provocó bostezos.

            Capitán América: El primer vengador (2011), de Joe Johnston. Una película naíf para el más naíf de los superhéroes. Su ambientación en la Segunda Guerra Mundial -en un mundo más ingenuo- y su tono de fábula la convierten en mi película de la productora Marvel preferida (casi la única, en realidad).

            Los Increíbles (2004), de Brad Bird. Una demostración más del inmenso talento de la factoría Pixar.

            Kick-Ass(2010), de Matthew Vaughn. ¿Cómo no iba a gustarme una película tan políticamente incorrecta? En realidad, una sátira sobre lo superheróico.

            Chronicle(2012), de Josh Trank. Una versión realista, y terrible, de lo que sucedería si unos adolescentes adquirieran superpoderes.

            Y, salvo error u omisión, eso es todo.

            Ahora la respuesta a la pregunta: ¿por qué algunos superhéroes llevan los calzoncillos por encima de las mallas? Ante todo, hay que dejar claro que Superman no fue el primer héroe con esa vestimenta. En 1936, dos años antes de que apareciera el kryptoniano, comenzó la serie de comics The Phantom (en España El Hombre Enmascarado), de Lee Falk, cuyo prota ya iba con los Calvin Klein al aire.

            Bien, a comienzos del siglo XX, en todas las ferias y circos ambulantes de Estados Unidos, había espectáculos de forzudos. Tipos fornidos que levantaban pesas, doblaban barras de acero o cualquier otro tipo de proezas físicas. Como es lógico, esos forzudos tenían que lucir su poderosa musculatura, pero el pudor de aquellos tiempos les impedía ir con las piernas y el torso descubiertos, así que se ponían mallas muy ceñidas. Pero eso les marcaba mucho los cataplines, de modo que ocultaban el bulto de sus vergüenzas poniéndose unos pantaloncitos cortos por encima de las mallas. Por tanto, cuando los superhéroes nacieron, el “uniforme oficial” de los forzudos era mallas+calzoncillos.

            Y para terminar, ¿cuál es mi superhéroe favorito? Citaré dos. El Capitán Marvel (Shazam), de Parker y Beck. Pura nostalgia: ya os he dicho que fue mi primer superhéroe; no obstante, sus historias están llenas de humor, autoparodia y surrealismo. El segundo: Rorschach, de Watchmen. Es un fascista, un maniaco y un tipo muy desagradable. Pero también, por algún inexplicable motivo, resulta fascinante.


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