Desde que murió Gabriel García Márquez no he parado de leer artículos de gente –escritores por lo general- que, al parecer, le conocían mejor que su propia madre. ¿Pero tantos íntimos amigos tenía Gabo? Lo dudo mucho; cuando un genio muere, todo el mundo le pone en un pedestal y, ya de paso, algunos se suben también a ese pedestal. Porque si te colocas al lado de un ser luminoso, puede que algunos crean que tú también emites luz.
Yo no conocí a GGM. El pasado febrero, eso sí, cuando estuve en Cartagena de Indias, tuve la oportunidad de ver su casa. O, mejor dicho, de ver la elevada valla que oculta su casa. ¿Basta con eso para considerarme su amigo del alma? Pa mí que no. Pero aun así forma parte de mi vida.
La primera persona que me habló de él fue mi gran amigo José María Moreno. Debió de ser hacia 1966 (teníamos 13 o 14 años); aún no se había publicado Cien años de soledad, así que a GGM no le conocía nadie. Estábamos en una librería; José Mari me enseñó una novela –creo que La hojarasca- y me comentó que ese autor colombiano era muy bueno. Poco después, el mundo entero dijo lo mismo.
Leí Cien años de soledad unos dos años después de su publicación, cuando yo tenía 16 o 17 primaveras. La había comprado mi hermano Eduardo, pero no había conseguido acabarla; de hecho, abominaba de ella, echaba pestes (mi hermano era muy especialito en sus gustos literarios). Yo la leí en tres días, de forma compulsiva (que es la mejor forma de leerla, de un tirón, porque si no resulta fácil liarse).
Decir que me gustó sería quedarse corto. Me deslumbró, me dejó con la boca abierta. Así que, acto seguido, leí todo lo que GGM había escrito antes. Y siguió deslumbrándome. Y luego, en el 72, apareció la antología de relatos La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, y mi boca continuó abierta.
Pero en 1975 se publicó El otoño del patriarca... y no pude con ella, la dejé a la mitad. Aquél no era mi García Márquez. Pero volvió a serlo seis años después con Crónica de una muerte anunciada. Y luego, en el 85, llegó El amor en los tiempos del cólera. Que me gustó, sí, pero... pero no podía quitarme de la cabeza que estaba leyendo un culebrón. Un culebrón maravillosamente escrito, pero un culebrón de tomo y lomo.
Cien años de soledad iba de lo local a lo universal; Macondo no es un pueblecito de Colombia, sino el mundo entero. En comparación, El amor en los tiempos del cólera se me antojaba pequeño. No malo, por supuesto, pero sí muy inferior a la gran novela de GGM, la que le dio el Nobel.
Todo lo que escribió después, El general en su laberinto, Del amor y otros demonios, Noticias de un secuestro, Memorias de mis putas tristes..., me defraudó. En el mejor de los casos, me parecían imitaciones de sí mismo.
Dicen que, para cabrear a Gabo, bastaba con sacar a colación Cien años de soledad. Estaba hasta las narices de esa novela, la odiaba, e insistía en que El amor en los tiempos del cóleraera mejor. Se equivocaba, pero es lógico; resulta duro reconocer que tu mejor obra ya la has escrito, y que nunca conseguirás igualarla. Lo mismo le ocurrió a Joseph Heller con Trampa 22; nunca volvió a escribir nada igual de bueno y eso le atormentó toda la vida. A GGM le fue mejor, porque ganó el Nobel, pero creo que en el fondo era consciente de que lo mejor de sí mismo estaba en el pasado. Por eso nunca hablaba de Macondo.
Cien años de soledad es una de las novelas que más me han gustado en mi vida, quizá la que más. Por eso, hará cosa de diez u once años, decidí releerla. Compré una nueva edición, la de Mondadori –para no dañar la antigua, la primera, la de Editorial Sudamericana-, y... y no me atreví. ¿Y si no siento lo mismo que la primera vez?, me pregunté. Pues claro que no lo vas a sentir, imbécil, me contesté. El libro es el mismo, pero tú no.
Creo que hay cosas muy valiosas que es mejor dejarlas donde están, en la memoria, porque son frágiles y pueden romperse al menor descuido. Mi recuerdo de Cien años de soledad es tan hermoso que jamás lo pondría en peligro. Y no debo olvidar que parte de ese recuerdo es la novela de García Márquez, pero otra parte es el César de 17 años. La primera puedo recuperarla, pero la segunda no. Así que no releeré Cien años de soledad.
Además, el otro día dije algo sin pensarlo mucho, pero creo que con acierto: No deberíamos releer lo que nos ha gustado, sino lo que no nos ha gustado, porque quizá ahora nos guste. Por tanto, supongo que lo que debería releer es El otoño del patriarca, que no me gustó ni un pelo en su momento.
Aparte de muchas otras cosas, los españoles tenemos una inmensa deuda con García Márquez y los narradores hispanoamericanos (Borges, Vargas Llosa, Rulfo, Cortázar, Fuentes, Carpentier, Onetti, Sabato, Asturias, etc.). Ellos devolvieron el idioma español a lo más alto de la narrativa mundial.
Pensadlo: Después del Siglo de Oro, hasta, digamos, mediados del siglo XX, ¿cuantos grandes novelistas españoles ha habido? Me refiero a novelistas de repercusión y reconocimiento mundial. ¿Os sobran, para contarlos, los dedos de una mano? ¿Os sobra incluso la mano? Desgraciadamente, los últimos siglos de narrativa española han sido un erial.
Hasta que llegaron los escritores del otro lado del charco y devolvieron nuestra lengua al cuadro de honor de la literatura mundial. Sólo por eso deberíamos estarles infinitamente agradecidos.
NOTA: Aunque no tiene nada que ver con el tema que nos ocupa, salvo que se trata de literatura, voy a recomendaros un libro. A fin de cuentas, si de algo valen los blogs es para eso, para recomendar cosas buenas que podrían pasar inadvertidas.
La editorial Reino de Cordelia acaba de reeditar La noche a través del espejo (Night of the Jabberwock, 1951), de mi adorado, admirado y nunca suficientemente alabado Fredric Brown. Como sabéis, Brown fue un escritor que alternaba la ciencia ficción y la fantasía (sobre todo en la modalidad de relato corto), con el policíaco. La noche a través del espejo pertenece a ese último género, aunque de una manera muy peculiar. Es una novela realista que “sabe” a fantasía. ¿De qué va? Os transcribo el texto de contraportada:
Considerada la obra cumbre de Fredric Brown, La noche a través del espejo, recrea la alocada estructura de Alicia en el país de las maravillas, y Alicia a través del espejo, en un relato policíaco desconcertante, que se va complicando conforme avanza la acción. Todo un alarde de ingenio, imaginación y sentido del humor. El protagonista, Doc Stoeger, es un editor de un semanario local en una pequeña ciudad, harto de no haber publicado una sola exclusiva en veintitrés años. La visita de un extraño personaje que, como él, también ama la literatura de Lewis Carroll, lo atrapa de un cadena de sucesos extraños, casi surrealistas, que pondrán en peligro sus vidas. Un final tan inesperado como sorprendente cierra una novela negra perfecta y extraña, rebosante de ingenio, que trasciende los límites del género negro y se ha ido convirtiendo con el tiempo en uno de los clásicos de la novela norteamericana del siglo XX.
Por una vez, los editores no han exagerado demasiado. Leedla; es un consejo de amigo.