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Feminismos

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            Hay muchos buenos motivos para ser feminista, tanto éticos como racionales, pero me limitaré a dos. En primer lugar, si se aparta a la mujer de la primera línea de la sociedad y se le otorga un papel secundario, estaremos despilfarrando el cincuenta por ciento del potencial de la humanidad. Absurdo. En segundo lugar, siempre he pensado que la mayor parte de los hombres machistas son en el fondo unos acomplejados. Esa necesidad de sentirse superior lo que en realidad oculta es un enorme complejo de inferioridad, una patética fragilidad interior. Por eso van todo el tiempo dándoselas de machos alfa, cuando lo único que son es gilipollas.

            Tampoco andan demasiado espabilados quienes dicen: “Yo no soy ni machista ni feminista” y se quedan tan panchos, como si lo uno fuera lo contrario de lo otro. Pero el feminismo no postula que las mujeres adopten el mismo rol que los hombres; lo que exige es que las mujeres tengan los mismos derechos, deberes y oportunidades que los hombres, y que no sean discriminadas ni encasilladas por razón de su sexo. Así de sencillo. Podríamos llamarlo igualitarismo y aplicarlo a otros grupos discriminados; pero en este caso el grupo implicado es mucho mayor que cualquier otro. Esta clase de feminismo se llama “de equidad”.

            Pero hay otra clase de feminismo, denominada “de género” (Ambos términos han sido acuñados por la filósofa Christina Hoff Sommers). Esta doctrina afirma que las diferencias de género son un producto social, y que la opresión machista no es individual, sino colectiva, pues se trata de un grupo (los hombres) que oprime de forma confabulada a otro grupo (las mujeres). Dicho de otra forma, el hombre –cualquier hombre- es enemigo de la mujer –cualquier mujer-. Así, cuando un hombre mata a una mujer, no la mata por los motivos que sean, sino por ser mujer. Del mismo modo, cuando un hombre mata a una mujer, todos los hombres somos responsables solidarios de esa muerte (¡!), igual que  todo burgués es responsable de la explotación ejercida sobre el proletariado, aunque en su vida haya explotado personalmente a nadie. Esta ideología tiene sus bases en el marxismo, sustituyendo la lucha de clases por la lucha de sexos.

            El feminismo de género afirma que un hombre no puede ser feminista, porque es hombre y está en el bando contrario. Lo cual viene a ser como decir que no se puede ser antiesclavista si no eres esclavo. El caso es que los hombres, por culpa de ese siniestro cromosoma “Y” que nos caracteriza, tenemos un pecado original que no podremos eliminar hasta que renunciemos colectivamente a la masculinidad, sea eso lo que sea. Es decir, que el mundo se divide en dos grupos: los hombres, que son opresores, y las mujeres, que son víctimas. Sin excepciones, porque estamos hablando de colectivos, no de anécdotas.

            Esta forma de pensar, que yo no tenía demasiado presente, explica algo que me sucedió no hace mucho en FB. A raíz del MeToo, quise sumarme de algún modo, pero no sabía cómo. Una amiga estaba debatiendo sobre el tema y le pregunté cómo creía que yo, en calidad de hombre, podría adherirme. Hubo diversas opiniones, hasta que una mujer me dijo que debería firmar una declaración pidiendo perdón por mis actos machistas. “Pero yo no soy machista”, objeté, “ni he cometido ningún acto machista”. Ella me espetó que todos los hombres somos machistas y que todos lo hemos demostrado alguna vez. Como, por ejemplo, al escuchar un chiste machista y no protestar airadamente.

            Ahí me pilló. Si alguien me cuenta un chiste machista (o racista), lo que hago es no reírme (aunque tenga gracia) y si me preguntan digo que no me gustan esa clase de chistes. Pero no voy por ahí en plan talibán afeándole la conducta a la gente. ¿Eso me convierte en machista? Por favor… Pero en realidad, da igual; según esa mujer, yo, como hombre, llevo la marca de Caín grabada en la frente. Y nada de lo que diga o haga cambiará eso. Soy el malo; se acabó el debate. Hala, a pedir perdón.

            Por supuesto, no lo pedí y tampoco di mi apoyo al movimiento de ninguna manera. La actitud de aquella desconocida me había irritado. No soy machista; mis padres me educaron en la igualdad; además, la lógica y la ética me llevan a la igualdad, y mi mujer, activa trabajadora en pro del empoderamiento femenino en la empresa (coordina un curso al respecto en la URJC), me daría con algo en la cabeza si yo no fuera feminista de equidad. Pero para aquella desconocida yo sólo era un falo con patas, un probable violador y un nauseabundo representante del heteropatriarcado.

            En realidad, eso del feminismo de género no es nuevo en nuestro país. Durante e inmediatamente después de la Transición, surgieron varios grupos marxistas-feministas cuya cabeza más visible era la inefable Lidia Falcón, una conocida abogada que iba por ahí aireando alegremente su odio hacia los hombres (su misandria). Esta clase de actitudes acabaron denigrando al movimiento feminista y, lo que es peor, relegándolo a un rincón.

            Y ahora, de repente, advierto que ese feminismo dogmático e intransigente no solo vuelve a floreces, sino que además parece haberse institucionalizado. Y que ni se te ocurra contradecirlo o matizarlo, porque te convertirás en un agente de la falocracia. Si alguien menciona la presunción de inocencia, ¡a la hoguera con él! Si alguien sugiere que esto está empezando a parecerse a una caza de brujas, ¡a la picota!

            Nada de esto es bueno para nadie, y menos para las mujeres. Hay mucha gente que está reaccionando en contra del feminismo –de ese feminismo-, y no me refiero solo a hombres, sino también y sobre todo a mujeres.

            Creo que el feminismo igualitario sólo alcanzará sus metas contando con la complicidad e implicación de los hombres. Ya se ha avanzado mucho en ese sentido (sólo hay que ver la película Sufragistas -Sarah Gavron, 2015- para comprobarlo), pero aún queda un largo trecho que no se podrá recorrer sin los hombres. Hay que socavar el machismo desde el interior del propio machismo, hay que conseguir que los hombres comprendamos que no hay más camino que la igualdad, porque será bueno también para nosotros. Y esto no tiene nada de nuevo; a principios del siglo pasado había en Inglaterra numerosas asociaciones masculinas en pro del voto de la mujer, como la  Men´s League for Women´s Suffrage, fundada en 1907.

            Pues bien, no creo que convertir en villanos a todos los hombres sea el camino adecuado para hacer avanzar el movimiento feminista. Evidentemente, la inmensa mayoría de los hombres rechazará ese criterio, y algunos incluso reaccionarán mostrándose hostiles al movimiento en sí. Y no solo los hombres; muchísimas mujeres se niegan a aceptar que sus padres, sus maridos, sus hijos, sus hermanos o sus amigos sean todos unos hijos de puta. Esas mujeres no se sienten representadas por esa clase de feminismo.

            Pero lo que más me irrita de esa ideología dogmática no es que considere culpable al género masculino en su conjunto, sino que tache de víctimas a todas las mujeres. ¿De verdad es esa la imagen que queremos ofrecer? ¿Mujer = Víctima? No lo creo, y además es mentira. Conozco a muchas mujeres fuertes, mujeres que jamás tolerarían abusos ni discriminación; mujeres valientes, seguras e inteligentes. Mujeres que no se rinden, que no necesitan ser salvadas porque se salvan a sí mismas, mujeres luchadoras. Mujeres que no quieren como pareja ni a un tirano ni a un pelele, sino a un compañero. Sí, conozco a muchas mujeres así; de hecho, me casé con una de ellas y cada día que pasa la admiro más. No ya como mujer, que también, sino como ser humano.

            Aunque, claro, como tengo colita y soy un proceloso representante del heteropatriarcado falócrata, lo más probable es que esté totalmente equivocado.

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