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Peras, manzanas y frutas de la pasión

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La pasada Semana Santa, cuando Pepa y yo fuimos a París para ver a nuestro hijo Pablo, sucedió algo que me dejó un tanto confuso. Veréis, habíamos quedado una mañana con Pablo en Trocadero, una plaza cercana a su casa. Por si no lo recordáis, Trocadero es una de las plazas más famosas de París, sobre todo porque desde allí se tiene una vista realmente espectacular de la Torre Eiffel. Pues bien, estábamos en Trocadero Pepa y yo esperando a nuestro hijo, cuando de pronto advertimos que de la cercana boca de Metro no paraba de salir gente con banderitas y pequeñas pancartas. En las banderitas se veía un dibujo esquemático con las siluetas de un hombre, una mujer y un niño, todos cogidos de la mano, algo que al principio no supe interpretar. Pero luego vi los eslóganes que aparecían en las pancartas: “1 PÈRE + 1MÈRE c’est ÉLÉMENTAIRE”. “NON AU ‘MARIAGE’ HOMOSEXUEL”, “LA FAMILLE C’EST SACRÉ!”.

Era el comienzo de una manifestación contra la ley de matrimonios homosexuales. Llegó Pablo y nos fuimos de allí; horas después supimos que la manifestación era enorme; tanto, que había cortado todos los accesos al barrio de Trocadero, que es donde estaba nuestro hotel, así que no pudimos volver allí hasta el anochecer. Curiosamente, el año anterior habíamos estado en Lyon y nos encontramos con parte de la ciudad cortada, pero en ese caso por la celebración del día del orgullo gay. En París nos topamos con todo lo contrario.

Como decía antes, eso me dejó confuso. En fin, estoy acostumbrado a las manifestaciones anti-homosexuales de la caverna española, presididas por nuestros inefables obispos, o a las declaraciones de ciertos políticos, como las de nuestra no menos inefable alcaldesa doña Ana Botella afirmando con solemnidad que peras y manzanas no se pueden mezclar (salvo que quieras hacer una macedonia). Pero, ¿tanta intolerancia en Francia, una de las cunas de las libertades y la democracia? Vale, sí, lo había leído en la prensa, sabía que existía ese movimiento cavernícola galo; pero una cosa es saberlo y otra muy distinta presenciarlo en vivo. Vamos, que me llevé una desilusión. Europa no es tan Europa como yo creía; pero eso ya lo sabemos todos, ¿verdad?

El caso es que no acabo de comprender la razón de tanta furia contra el matrimonio gay. Es lo que me pasa con muchos planteamientos de la derecha: no solo estoy en contra de ellos, sino que además no los entiendo, no les veo sentido. Hace años, yo tenía una pequeña objeción al movimiento gay: el tema de la adopción de niños por parejas homosexuales. Mi razonamiento era el siguiente: La homosexualidad no es una elección personal, sino un imperativo genético; los homosexuales no se hacen, nacen. Pues bien, ¿qué pasa si un niño genéticamente heterosexual se cría en el entorno de un modelo homosexual? ¿No podría esa situación generar problemas psicológicos en el menor? Me informé, leí un par de estudios científicos al respecto y descubrí que no, que no hay el menor problema en que un niño se críe bajo la tutela de padres (o madres) gay. Además, hubo un comentario que me convenció del todo: cualquier huérfano está mucho mejor al cuidado de unos padres homosexuales que en un orfanato. Así que asunto cerrado en lo que a mí respecta: si el matrimonio gay es bueno para los padres y bueno para los hijos, ¿qué problema hay?

Pues al parece sí lo hay, mira tú por dónde. Dicen, por ejemplo, que el matrimonio gay amenaza con destruir la familia. Y yo no lo entiendo. Vamos a ver, ¿cómo se va a destruir una institución con una ley que lo único que pretende es ampliarla? No va a haber menos familias, sino más; ergo la institución familiar se fortalece.

Entonces los neandertales dicen: es que lo natural es el matrimonio entre hombres y mujeres; el matrimonio entre personas del mismo sexo es antinatural. Pero un momento: el matrimonio, cualquier tipo de matrimonio, no es natural, sino una invención cultural. Todos los matrimonios son artificiales. Entonces, a lo que se refieren los cavernícolas es a la tendencia sexual. Pero, demonios, nacemos homosexuales o heterosexuales por designio genético, así que tan natural es lo uno como lo otro. La única diferencia está en que la proporción es de 9 a 1 a favor de la heterosexualidad, nada más. Una cuestión cuantitativa, no cualitativa.

Llegados a este punto, los pithecanthropus objetan lo siguiente: si el matrimonio depende solo del amor, ¿por qué no matrimonios entre, por ejemplo, un hombre y una cabra o una mujer y un burro? Bueno, quizá porque ni las cabras ni los burros son sujetos de derecho y, por tanto, no pueden acogerse a legislación alguna. Pero es aquí donde los trogloditas descubren su auténtico pensamiento: para ellos, los homosexuales son animales, no seres humanos. Por eso a muchos de ellos les cuesta tan poco agredir o matar a “maricones”; a fin de cuentas, sólo son animales, ¿no? En realidad, la caverna no está en contra del matrimonio homosexual; de lo que está en contra es de los homosexuales. Pero, ¿por qué?

Para ser justos, reconozcamos que la homofobia no es patrimonio sólo de la derecha. Casi todas las culturas humanas actuales, por no decir todas, presentan rasgos más o menos pronunciados de homofobia. Y eso tampoco lo entiendo. ¿En qué me afecta a mí que dos hombres, o dos mujeres, echen un polvo en su casa? En nada (bueno, a ser posible me gustaría que me dejaran mirar un ratito a las dos mujeres). Nada ni nadie me obliga a practicar sexo homosexual; lo que hagan los demás es asunto suyo. ¿Qué más me da a mí?

Dicen: es que si eres heterosexual, las prácticas homosexuales te repugnan. Pues no las mires. Vamos a ver, supongamos que yo careciese por completo de impulso sexual (como Sheldon Cooper, de la serie Big Bang). En tal caso, la idea de restregarme contra el cuerpo desnudo de Halle Berry, por no hablar de poner mi boca en ciertas partes de su anatomía, me resultaría repugnante. Porque el sexo, en frío, es una marranada que sólo la libido consigue convertir en un agradable esparcimiento. Por eso, como aburrido heterosexual que soy, la idea de restregarme contra el cuerpo desnudo de Brad Pitt se me antoja asquerosilla. Porque el esposo de doña Angelina no despierta mi impulso sexual. Ahora bien, también me asquea comer hígado y no por ello voy a prohibir que los demás disfruten de un honesto hígado encebollado. Allá cada cual con sus apetitos.

En realidad, lo que hay tras la homofobia son prejuicios, repugnantes dogmas religiosos y pura xenofobia. Miedo y odio al diferente, recelo hacia la diversidad. Y también mucha hipocresía; ¿o es que acaso en la caverna no hay gays? Claro que sí; un diez por ciento, según la estadística. Pero son maricas decentes que se casan –con mujeres, como dios manda- y ocultan públicamente su condición (como cierto presidente de gobierno cuyo nombre no recuerdo). Porque lo importante no es lo que seas, sino lo que parezcas. Lo dicho, pura hipocresía y doble moral.

No obstante, pese a las manifestaciones anti-gay en Francia o en España, lo cierto es que la sensibilidad social se aleja cada vez más de la homofobia y avanza hacia la tolerancia. Cuando yo era joven, de los homosexuales sólo se hablaba en tono de burla o de escarnio, y a nadie se le pasaba siquiera por la cabeza salir del armario (entre otras cosas, porque a partir de 1954 la homosexualidad fue incluida en la Ley de Vagos y Maleantes, y por tanto perseguida y penada con la cárcel o con internamiento en campos de “rehabilitación”). Afortunadamente, las cosas han cambiado mucho y cada vez se acepta con más normalidad la realidad del hecho gay.

¿Y sabéis cuál creo que es la principal razón de este cambio? La series de TV y las películas. Paulatinamente fueron incorporando a sus argumentos la presencia de homosexuales que, lejos de mostrarse como seres grotescos, se presentaban como individuos sensibles y entrañables. Este proceso ha llegado hasta tal punto que prácticamente no hay comedia televisiva que no cuente entre sus personajes con algún gay sensible y entrañable (el último ejemplo: Modern Family). Esto, por supuesto, es absurdo; tan falso es sostener que todos los gays son sensibles y entrañables como pensar que todos son unos degenerados. Entre los gays habrá de todo; personas sensibles y entrañables, y tipos zafios y vulgares. Pero bueno, supongo que la mejor forma de luchar contra un tópico negativo es oponiéndole uno positivo.

Pero no nos descuidemos, aún quedan muchos prejuicios por eliminar, incluso en nosotros mismos, que tan tolerantes y progresistas nos creemos. Sí, incluso en nosotros, en mí mismo, hay rastros de homofobia. ¿Queréis comprobarlo? Os voy a proponer un pequeño experimento mental. ¿Qué diríais si os comentase que existe un partido político que propone encarcelar a todos los homosexuales y a todos los carpinteros?

Lo más probables es que dijeseis: ¿Y por qué a los carpinteros?

A lo que cabría responder: ¿Y por qué a los homosexuales?

Es decir: no encontráis ninguna razón para que alguien pretenda meter en la trena a los carpinteros, pero aceptáis con normalidad que alguien considere necesario enchironar a los maricas. Eso, lo queramos o no, también es homofobia (aunque sutil).

Y es que resulta muy difícil mantener totalmente a raya al pequeño cavernícola que todos llevamos dentro.

NOTA: Ya sé que dije que no iba a enredarme más con esta clase de asuntos sociopolíticos; pero me refería a temas que me indignasen, y éste no me indigna, pues a fin de cuentas la ley de matrimonios homosexuales se ha aprobado en Francia y sigue vigente (por ahora) en España. No, no es indignación, sino desconcierto: no logro entender cómo piensa cierta gente. Si es que piensa.




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