No recuerdo cuándo fue la primera vez que visité la Feria del Libro de Madrid; supongo que era un adolescente y fui con mis padres y/o alguno de mis hermanos. Lo que sí recuerdo es que, desde los veintipocos años hasta ahora sólo me he perdido una edición (por enfermedad). Visitar la Feria siempre ha sido para mí uno de los hitos agradables del año.
Participar activamente en la Feria es harina de otro costal. Sólo he ido dos veces a firmar libros, ambas a mediados de los 90. La primera fue con mi antología de ciencia ficción El círculo de Jericó; debí de firmar una docena de ejemplares, todos ellos a amigos y conocidos del mundillo del género. La segunda fue con mi primera novela juvenil, El último trabajo del sr. Luna. Firmé tres malditos ejemplares a lo largo de dos eterna horas. Para colmo de males, dos casetas a mi izquierda estaba firmando Arturo Pérez Reverte, y la cola de gente que esperaba su firma se perdía en lontananza. Me sentía ridículo, ahí sentado, con un bolígrafo inactivo en las manos, esperando que alguien me hiciera algo de caso.
Bueno, eso era al principio de mi carrera, cuando no me conocía ni dios; supongo que ahora firmaría algo más, no lo sé. Y no lo sé porque, en aquel entonces, tomé la decisión de no volver jamás a firmar en ninguna feria. Todos los años me lo pide alguna editorial o alguna librería, y todos los años digo que no. Supongo que dentro de poco dejarán de proponérmelo. Mejor así.
Lo cual no significa que no haya firmado, y siga firmando, ejemplares de mis libros. Cada vez que doy charlas en colegios e institutos firmo ejemplares, a veces, ay, a cientos. Y lo mismo ocurre cuando participo en actos públicos; siempre hay alguien que me pide una firma, y yo, por supuesto, dedico y firmo. Pero ¿ir voluntariamente a una feria? Ni de coña.
De hecho, ¿qué sentido tiene eso de ir a firmar? ¿Por el contacto con los lectores? Ya, pero ¿qué mierda de contacto puede haber en los escasos minutos que se tarda en firmar? De hecho, me relaciono mucho más con los lectores en las charlas y a través del blog que en la más nutrida firma de libros. Entonces, ¿qué? ¿Por darles a los lectores la oportunidad de que me conozcan? Será de que me vean, porque poco me van a conocer. Además, no comparto ese deseo de conocer a los autores de los libros que te gustan. Lo importante es la obra; el escritor, como persona, carece de interés. La verdad es que conocer a escritores, en general, es comprar papeletas en la rifa de la decepción. Lo mejor que puede ser un escritor es un nombre, y quizá una foto y una breve biografía en la contraportada. Ir más allá no me parece juicioso.
¿Por qué tantos autores no solo quieren ir a firmar, sino que se enfadan si no les invitan? Muy sencillo: por pura, nítida y rutilante vanidad. Ir a firmar a la Feria es como entrar en el Olimpo, la confirmación de que eres un creador con mayúsculas, la certificación pública de tu inmenso talento. Reconozco que lo mismo me pasó a mí aquella primera vez. Me han invitado a la Feria, pensé. Ya soy un escritor de verdad, ya estoy entre los grandes. Luego, mientras la gente pasa frente a ti sin dirigirte siquiera una triste mirada, comprendes que eso que has hecho, escribir y publicar un libro, no es el acto grandioso que imaginabas, sino la misma banalidad que han perpetrado antes que tú cientos, miles de imbéciles. En fin, sin duda es una cura de humildad. Lo que no entiendo es a esos escritores desconocidos que, año tras año, insisten en ir a firma a la Feria, aunque no firmen una mierda. ¿Para qué, con el calor que hace? Son ganas de pasarlo mal.
Pero la Feria, como visitante, me sigue gustando. Tanto, que la considero un regalo, pues cada año la visito el día de mi puñetero cumpleaños. Me gusta por los libros, claro, pero también por el escenario (el parque de El Retiro es precioso). La recorro tranquilamente, por la mañana, desde que abren hasta que cierran. Suelo encontrarme y charlar con amigos, me tomo un limón granizado a la sombra, compro algunos libros que no debería comprar.
El único pero que le pongo es que es demasiado grande, hay demasiadas casetas. ¿Qué sentido tiene la participación de tantísimas librerías que venden exactamente lo mismo? Yo sólo visito las casetas de las editoriales y de las librerías especializadas; pero como no están concentradas, debo recorrer todo el recinto bajo un sol generalmente abrasador. Pero, en fin, vale la pena.
Y a veces ocurren anécdotas. Una de las más divertidas me sucedió hace dos años: Iba yo paseando y, delante de mí, caminaban tres chicos de trece o catorce años. De pronto, uno de ellos exclamó a voz en cuello (disculpad el lenguaje; es una transcripción literal): ¿No conocéis a César Mallorquí? ¡El último trabajo del sr. Luna es la polla! ¡César Mallorquí es la polla”... Sonriendo, me adelanté unos pasos y le dije: ¿Sabes quién soy yo? El chico se me quedó mirando, boquiabierto, y musitó: ¿César Mallorquí...? Asentí con un cabeceo y le estreché la mano, agradeciéndole su entusiasmo. Fue gracioso; espero que para él también.
Mañana, como todos los años, me daré una vuelta por la Feria del Libro. Compraré algún que otro título innecesario, charlaré con los amigos, tomaré un limón granizado, pasearé por el parque y espero no sudar demasiado, aunque ya empieza a hacer un calor infernal en esta ciudad dejada de la mano de dios. Pero este año haré algo más:
El próximo sábado, 13 de junio, a las 13:00 horas, tendrá lugar en el pabellón de actividades de la Feria la presentación del libro Historia y antología de la ciencia ficción española (Cátedra). Habrá un coloquio en el que participarán los editores, Julián Díez y Fernando Ángel, algunos buenos escritores y yo. Sería estupendo que os pasarais por allí. Y si alguien me lo suplica de rodillas, puede que incluso le firme un libro.